Nuestros santos protectores

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viernes, 1 de diciembre de 2017

“Pastoral Vocacional y la Vida Consagrada. Horizontes y esperanzas”



Mensaje del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo a los participantes en este Congreso Internacional promovido por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica sobre «Pastoral Vocacional y la Vida Consagrada. Horizontes y esperanzas». Agradezco a dicha Congregación la iniciativa de este evento que quiere ser la aportación de dicho Dicasterio al próximo Sínodo de los Obispos que se ocupará del tema: «Los Jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Y mientras, a través de este mensaje, saludo a todos los que habéis llegado a Roma para participar en este encuentro, os aseguro también mi oración al Dueño de la mies para que este Congreso ayude a todos los consagrados a dar una respuesta generosa a su propia vocación y, al mismo tiempo, ayude a todos ellos a intensificar la pastoral vocacional entre las familias y jóvenes para que, quienes son llamados al seguimiento de Cristo en la vida consagrada o en otras vocaciones dentro del Pueblo de Dios, puedan encontrar lo cauces adecuados para acoger esa llamada y responder con generosidad a ella.

Ante todo quiero manifestaros algunas convicciones sobre la pastoral vocacional. Y la primera es ésta: Hablar de pastoral vocacional es afirmar que toda acción pastoral de la Iglesia está orientada, por su propia naturaleza, al discernimiento vocacional, en cuanto su objetivo último es ayudar al creyente a descubrir el camino concreto para realizar el proyecto de vida al que Dios lo llama.
El servicio vocacional ha de ser visto como el alma de toda la evangelización y de toda la pastoral de la Iglesia. Fiel a este principio no dudo en afirmar que la pastoral vocacional no se puede reducir a actividades cerradas en sí mismas. Esto podría convertirse en proselitismo, y podría llevar también a caer en «la tentación de un fácil y precipitado reclutamiento» (Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 64). La pastoral vocacional, en cambio, ha de colocarse en estrecha relación con la evangelización, la educación en la fe, de forma que la pastoral vocacional sea un verdadero itinerario de fe y lleve al encuentro personal con Cristo, y con la pastoral ordinaria, en especial con la pastoral de la familia, de tal modo que los padres asuman, con gozo y responsabilidad, su misión de ser los primeros animadores vocacionales de sus hijos, liberándose ellos mismos y liberando a sus hijos del bloqueo dentro de perspectivas egoístas, de cálculo o de poder, que muchas veces se dan en el seno de las familias, aun aquellas que son practicantes.
Esto comporta cimentar la propuesta vocacional, también la propuesta vocacional a la vida consagrada, en una sólida eclesiología y en una adecuada teología de la vida consagrada, que proponga y valorice convenientemente todas las vocaciones dentro del Pueblo de Dios.
Una segunda convicción es que la pastoral vocacional tiene su «humus» más adecuado en la pastoral juvenil. Pastoral juvenil y pastoral vocacional han de ir de la mano. La pastoral vocacional se apoya, surge y se desarrolla en la pastoral juvenil. Por su parte, la pastoral juvenil, para ser dinámica, completa, eficaz y verdaderamente formativa ha de estar abierta a la dimensión vocacional. Esto significa que la dimensión vocacional de la pastoral juvenil no es algo que se debe plantear solamente al final de todo el proceso o a un grupo particularmente sensible a una llamada vocacional específica, sino que ha de plantearse constantemente a lo largo de todo el proceso de evangelización y de educación en la fe de los adolescentes y de los jóvenes.
Una tercera convicción es que la oración ha de ocupar un lugar muy importante en la pastoral vocacional. Lo dice claramente el Señor: «Orad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). La oración constituye el primer e insustituible servicio que podemos ofrecer a la causa de las vocaciones. Puesto que la vocación es siempre un don de Dios, la llamada vocacional y la respuesta a dicha vocación solo puede resonar y hacerse sentir en la oración, sin que ello sea entendido como un fácil recurso para desentendernos de trabajar en la evangelización de los jóvenes para que se abran a la llamada del Señor. Orar por las vocaciones supone, en primer lugar, orar y trabajar por la fidelidad a la propia vocación; crear ambientes donde sea posible escuchar la llamada del Señor; ponernos en camino para anunciar el «evangelio de la vocación», promoverlas y provocarlas. Quien ora de verdad por las vocaciones, trabaja incansablemente por crear una cultura vocacional.
Estas convicciones me llevan a plantearos ahora algunos desafíos que considero importantes. Un primer desafío es el de la confianza. Confianza en los jóvenes y confianza en el Señor. Confianza en los jóvenes, pues hay muchos jóvenes que, aun perteneciendo a la generación «selfie» o a esta cultura que más que «fluida» parece ya «gaseada», buscan pleno sentido a sus vidas, aun cuando no siempre lo busquen en donde lo pueden encontrar. Es aquí donde los consagrados tenemos un papel importante: permanecer despiertos para despertar a los jóvenes, estar centrados en el Señor para poder ayudar al joven a que se centre en él. Muchas veces los jóvenes esperan de nosotros un anuncio explícito del «evangelio de la vocación», una propuesta valiente, evangélicamente exigente y a la vez profundamente humana, sin rebajas y sin rigideces. Por otra parte, confianza en el Señor, seguros que él sigue suscitando en el Pueblo de Dios diversas vocaciones para el servicio del Reino. Hay que vencer la fácil tentación que nos lleve a pensar que en algunos ambientes ya no es posible suscitar vocaciones. Para Dios «nada hay imposible» (Lc 1,37). Cada tramo de la historia es tiempo de Dios, también el nuestro, pues su Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere (cf. Jn 3, 8). Cualquier estación puede ser un «kairós» para recoger la cosecha (cf. Jn 4, 35-38).
Otro desafío importante es la lucidez. Es necesario tener una mirada aguda y, al mismo tiempo, una mirada de fe sobre el mundo y en particular sobre el mundo de los jóvenes. Es esencial conocer bien nuestra sociedad y la actual generación de los jóvenes de tal modo que, buscando los medios oportunos para anunciarles la Buena Nueva, podamos anunciarles también el «evangelio de la vocación». De lo contrario estaríamos dando respuestas a preguntas que nadie se hace.
Un último desafío que quisiera señalar es la convicción. Para proponer hoy a un joven el «ven y sígueme» (Jn 1, 39) se requiere audacia evangélica; la convicción de que el seguimiento de Cristo, también en la vida consagrada, merece la pena, y que la entrega total de uno mismo a la causa del Evangelio es algo hermoso y bello que puede dar sentido a toda una vida. Solo así la pastoral vocacional será narración de lo que uno vive y de lo que llena de sentido la propia vida. Y solo así la pastoral vocacional será una propuesta convincente. El joven, como todos nuestros contemporáneos, ya no cree tanto a los maestros, sino que quiere ver testigos de Cristo (cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41).
Si deseamos que una propuesta vocacional al seguimiento de Cristo toque el corazón de los jóvenes y se sientan atraídos por Cristo y por la sequela Christi propia de la vida consagrada, la pastoral vocacional ha de ser:
Diferenciada, de tal modo que responda a las preguntas que cada joven se plantea, y que ofrezca a cada uno de ellos lo necesario para colmar con abundancia sus deseos de búsqueda (cf. Jn 10, 10). No se puede olvidar que el Señor llama a cada uno por su nombre, con su historia y a cada uno le ofrece y le pide un camino personal e intransferible en su respuesta vocacional.
Narrativa. El joven quiere ver «narrado» en la vida concreta de un consagrado el modelo a seguir: Jesucristo. La pastoral de «contagio», del «ven y verás» es la única pastoral vocacional verdaderamente evangélica, sin sabor a proselitismo. «Los jóvenes sienten la necesidad de figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así como de lugares y ocasiones en los que poner a prueba la capacidad de relación con los demás» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea general ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento preparatorio, 2017, 2). Solo una propuesta de fe y vocacional encarnadas, tiene posibilidad de entrar en la vida de un joven que lo contrario.
Eclesial. Una propuesta de fe o vocacional a los jóvenes tiene que hacerse dentro del marco eclesial del Vaticano II. Este es la «brújula para la Iglesia del siglo XXI» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 43) y para la vida consagrada de nuestros días. Este marco eclesial pide a los jóvenes un compromiso y una participación en la vida de la Iglesia, como actores y no como simples espectadores. También deben sentirse partícipes de la vida consagrada: sus actividades, su espiritualidad, su carisma su vida fraterna, su forma de vivir el seguimiento de Cristo.
Evangélica y como tal comprometida y responsable. La propuesta de fe, como la propuesta vocacional a la vida consagrada, han de partir del centro de toda pastoral: Jesucristo, tal como nos viene presentado en el Evangelio. No vale evadirse, ni valen huidas intimistas o compromisos meramente sociales. Lejos de la pastoral vocacional la «pastoral show» o la «pastoral pasatiempos». Al joven hay que ponerlo ante las exigencias del Evangelio. «El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad» (Carta a todos los consagrados, 21 noviembre 2014, I,2). Al joven hay que ponerle en una situación en la que acepte responsablemente las consecuencias de la propia fe y del seguimiento de Cristo. En este tipo de pastoral no se trata de reclutar agentes sociales, sino verdaderos discípulos de Jesús con el mandamiento nuevo del Señor como consigna y con el código de las bienaventuranzas como estilo de vida.
Acompañada. Una cosa es clara en la pastoral juvenil: Es necesario acompañar a los jóvenes, caminar con ellos, escucharles, provocarles, moverles para que vayan más allá de las comodidades en las que descansan, despertar el deseo, interpretarles lo que están viviendo, llevarles a Jesús y siempre favoreciendo la libertad para que respondan a la llamada del Señor libre y responsablemente (cf. Sínodo de los Obispos, XV Asamblea general ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento preparatorio, 2017, III, 1). Es necesario crear ambiente de confianza, hacer sentir a los jóvenes que son amados como son y por lo que son. El texto de los discípulos de Emaús puede ser un buen ejemplo de acompañamiento (cf. Lc 24,13-35). La relación personal con los jóvenes de parte de los consagrados es insustituible.
Perseverante. Con los jóvenes hay que ser perseverantes, sembrar y esperar pacientemente que la semilla crezca y un día pueda dar su fruto. La misión del agente de pastoral juvenil tiene que ser bien consciente que su labor es la de sembrar, otro hará crecer y otros recogerán los frutos.
Juvenil. No podemos tratar a los jóvenes como si no fueran tales. Nuestra pastoral juvenil debe estar marcada por las siguientes notas: dinámica, participativa, alegre, esperanzada, arriesgada, confiada. Y siempre llena de Dios, que es lo que más necesita un joven para llenar sus justos anhelos de plenitud; llena de Jesús que es el único camino que ellos han de recorrer, la única verdad a la que ellos son llamados a adherirse, la única vida por la que merece la pena entregarlo todo (cf. Jn 1,35ss).
Queridos participantes en este Congreso: Dos cosas me parecen ciertas en el tema de la pastoral vocacional y vida consagrada. La primera es que no hay respuestas mágicas y la segunda es que a la vida consagrada, como del resto a toda la Iglesia, se le está pidiendo una verdadera «conversión pastoral», no solo de lenguaje, sino también de estilo de vida, si quiere conectar con los jóvenes y proponerles un camino de fe y hacerles una propuesta vocacional.
Qué nadie os robe la alegría de seguir a Jesucristo y la valentía de proponerlo a los demás como camino, verdad y vida (Jn 14,6) ¡Rompamos nuestros miedos! Es el momento para que los jóvenes sueñen y los ancianos profeticen (Jl 2,28). ¡Levantémonos ya! «Manos a la obra» (Esd 10,4). Los jóvenes nos esperan. ¡Es hora de caminar!
Vaticano, 25 de noviembre de 2017
FRANCISCO