Aunque sigas
mirando al sepulcro que te tiene atrapada, yo te llamo. Te elijo de nuevo y te
empodero para que prediques la Buena Nueva.
Tendrás muchas,
muchísimas dificultades, hoy y dentro de veinte siglos, pero tú no te calles,
sigue anunciando el Evangelio. Confío en ti como el primer día.
Y hoy, el primer
día de la semana, de la nueva creación, te llamo por tu nombre, en el jardín,
como cuando todo empezó, y sólo tú estabas ahí, sola, llorando, desfondada.
Así llamé a
Abrán y Sara para que salieran del sistema patriarcal que les atrapaba. También
a Moisés y Miriam, les pedí que salieran de su vida organizada y tranquila para
que utilizaran sus dones y talentos recibidos para liderar a la comunidad en un
largo y penoso proceso de maduración. Tuvieron, como vosotras, que encarar sus
múltiples sombras, disfrazadas de
“necesidades de ser necesitados”… para ser capaces de seguir la Promesa, la
Luz.
La llamada
personal a profetisas y profetas para que desbancaran el “ego” de personajes
que se creían defender los derechos del pueblo utilizando la excusa de la
guerra, la opresión, la religión para hacerse más fuertes, como hoy. Tarea de
profetas, sólo posible, desde una experiencia de amistad y relación amorosa con
el Dios que llama y envía.
En todas y todos
ellos ibas viniendo tú, la discípula amada, la de las manos de partera y de
panadera, capaz de ayudar a nacer y de alimentar esas comunidades incipientes
que también hoy se forman cuando sobre todo discípulas, en mi nombre, libres de
instituciones, dineros, papeleos… acercan mi presencia a sus vidas, con el don
de la predicación que les he regalado.
Porque fuiste
tú, discípula amada, la que fuiste convocada en el sepulcro, para que
presenciaras la Vida y se la comunicaras a los hermanos escondidos y atrapados
en sus cuevas ensombrecidas de traición, negación, abandono y miedo, mucho
miedo a perder poder, protagonismo, bienes…
Ibas viniendo tú
en la discípula elegida para anunciar la Resurrección. Y a pesar de que la
historia se ha esforzado en mantenerte entre partos y panaderías, yo, el
Resucitado, te sigo llamando por tu nombre.
A través de la
Ruah, te levanto de tu tumba y tristeza y te encomiendo, de nuevo, la tarea de
decirles que estoy Vivo y que mi proyecto es de Vida y de Comunidad de Iguales
en toda la Creación, respetando la tierra y respetando a los más
desfavorecidos, pero sobre todo respetando mi llamada a que fueran las mujeres
las primeras enviadas a anunciar la Vida, y desde ellas los demás, no al revés
(hoy da miedo decirlo, y resulta que es Evangelio puro, que a fuerza de
torcerlo nos parece casi pecado).
Tendrás que
enfrentar tu propio ego que querrá defenderse cuando los egos de los que se
sienten especiales sientan amenazado su poderío. Pero tú no desfallezcas. La
Ruah del Resucitado te levantará llamándote por tu nombre, día tras día.
El nombre que
quisieran borrar de las páginas sagradas. Pero está ahí, recién pronunciado de
nuevo en el corazón de personas que están atentas. Y es ese susurro en el
hondón del alma lo que les pone en camino.
Esa llamada se
hace efectiva cuando al transmitirla levanta a otras personas de sus tumbas y
también se ponen en camino.
Es el camino de
la comunidad de iguales. Quienes lo intentamos sabemos que si dejamos que sea
su voz quien nos dirige, convoca, empodera, tenemos la Vida y en ella la
respuesta al mal de la humanidad.
¿Cómo me atrevo?
Porque cuando te llaman por tu nombre te cambian el corazón egoísta en corazón
y pies y labios de discípula.
(MAGDALENA
BENNASAR, espiritualidadcym@gmail.com)
Eclesalia